sábado, 25 de febrero de 2012

Bandera blanca

Las personas pedimos paz, la deseamos como el aire que respiramos, mas esto no es posible. Podría decirse que ciertamente la paz no existe. Nosotros mismos somos los que la rompemos y los que no la dejamos vivir. Somos un continuo estado de guerra que finaliza nuestro último día. Nuestra propia vida es una guerra en la que, a medida que pasa el tiempo, se enfrentan distintos bandos rivales. La paz que podamos llegar a sentir tan sólo será esa paz interior que tanto nos cuesta conseguir. Vale que también está condicionada por las circunstancias exteriores, pero en realidad somos nosotros mismos los que la conseguimos (a pesar de la "ayuda" de terceros). Y es que hay tantas guerras que sería imposible exterminarlas todas: además de las que llevan consigo armas y muy sucios intereses, que arrastran tras de sí vidas y vidas, también hay otro tipo de guerras; yo las definiría como guerras de sentimientos. No llega con éstas la sangre al río, pero dañan estrepitosamente a la víctima en la que se alberga este combate. Y es que a lo largo de nuestra vida viviremos millones de sentimientos y a cada momento se producirá en nosotros una guerra con la que te des cuenta de cómo duele sentir.
Por eso yo alzo mi bandera blanca, de forma firme y sin titubear y declaro así mi rendición ante uno de mis sentimientos. Y pensándolo bien no sólo es uno, sino varios contra los que yo lucho. Dejaré levitar mi blanca bandera después de que viva unos instantes de altura, la dejaré caer cual pluma cae al suelo y, detrás de ella, firmaré el pacto que pone fin a esta guerra; aunque el desenlace no haya sido el deseado. Perdí, no pude con mis fuertes rivales... pero sé que ya estoy preparada para la siguiente guerra. No habrá más rendiciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario