domingo, 13 de mayo de 2012

Adiós


La vida está repleta de grandes despedidas, de grandes ausencias, de grandes vacíos.
Cada despedida se clava en lo más hondo y duele cada vez que los recuerdos te golpean, tal y como si fuesen cuchillos que se clavan en el pecho. Momentos llenos de sonrisas, de estupideces, de alegrías, de te quieros... Momentos que ya forman parte de un pasado y que se quedaron anclados ahí.
Tener un presente que duele todas y cada una de las veces que se es consciente de los sitios vacíos que han quedado a tu lado. Y lo que más araña el alma es no saber cómo se han propiciado algunas de esas despedidas, despedidas que nunca tuvieron un "adiós".
Que los ojos lloren de tal manera que parezca que, en lugar de lágrimas, sean clavos que rompen tu mirada los que salen de ellos. Que el olvido es un camino muy incierto y no siempre se recorre como uno desea. Y es que es imposible que tantas palabras queden en el camino del olvido porque están incrustadas hasta en el último nervio, hasta en el último poro de la piel, hasta en el último recuero.
Duele echar de menos sabiendo que nunca echaste de más. Duele no tener a tantas manos a las que añoras a tu lado para poder andar por esta puta vida y sentir que están ahí para levantarte de tus caídas. Pero es aún más doloroso el sentir que eso es asumido, la resignación con la que tú también alejas tus manos y terminas de forjar el adiós.
Echo de menos, claro que lo hago. Extraño cada risa, cada abrazo, cada llanto compartido, cada mierda solucionada con ayuda. Me jode como un puñetazo en el estómago sentir a alguien como algo necesario y que, de repente, desaparezca; como si te quitasen el agua para vivir, pues algo así. Aunque, tarde o temprano, una termina por acostumbrarse a vivir con sed y suplir el agua con algo más refrescante y que de verdad te calme.


viernes, 11 de mayo de 2012

El placer sólo fue un sueño


Musitó un te quiero que quemó lo más profundo que había en mí. Deslizó sus suaves dedos por mi espalda con la luna como único testigo. Supo besar la parte de mi cuello que con sólo notar sus labios es capaz de cobrar vida propia. Posó las yemas de sus dedos sobre mi rostro y, poco a poco, todo fue fluyendo...
Pero en el último momento me di cuenta, pude comprender que era un simple sueño donde mis ganas y su indiferencia daban rienda suelta a lo que había entre los dos.

No cesará nunca

Y llegó la noche con su negro manto colmado de diamantes y oscureció hasta el último rincón. Vagabundo quedó el día que, cegado por la belleza de la noche, no tuvo más remedio que marcharse sin poder tocarla y viajar a la deriva. Siempre el mismo proceso, siempre el mismo anhelo imposible de unirse con esa bella dama, oscura y de majestuoso manto. Pero el día, fiel a su ferviente deseo, siguió intentando poder tocarla y fundirse con ella, haciendo del día y la noche la unión más perfecta.