Y llegó la noche con su negro manto colmado de diamantes y oscureció hasta el último rincón. Vagabundo quedó el día que, cegado por la belleza de la noche, no tuvo más remedio que marcharse sin poder tocarla y viajar a la deriva. Siempre el mismo proceso, siempre el mismo anhelo imposible de unirse con esa bella dama, oscura y de majestuoso manto. Pero el día, fiel a su ferviente deseo, siguió intentando poder tocarla y fundirse con ella, haciendo del día y la noche la unión más perfecta.
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