miércoles, 11 de enero de 2012

A deshoras, en el mismo bar de siempre

Fue en el bar de siempre. Ella iba callejeando como de costumbre buscando un par de copas en las que ahogar sus penas. Al llegar a la puerta del bar se paró por un instante dudando entre entrar o buscar otro lugar. Finalmente decidió entrar. 
Nuevas caras en el interior pero también rostros conocidos. El hombre solitario que siempre está en la parte derecha de la barra con una cerveza en la mano, la camarera pelirroja con su inseparable pronunciado escote, el tipo raro que nunca pide otra cosa que no sea whisky... Pero ninguna de estas personas despertaba en ella sentimiento alguno.
Decidió pues adentrarse en el garito con paso firme. Apoyó sus brazos en la barra y pidió su primera copa. Visto y no visto. No duró el alcohol más de diez minutos en el vaso. De nuevo pidió a la camarera otra copa más pero esta vez lo hizo con un solo gesto. Esta copa la fue consumiendo poco a poco, así le daba tiempo a recordar por un momento todo lo que le dolía antes de que el alcohol nublara estrepitosamente su mente.
Pero entonces sucedió lo que por un lado deseaba que sucediese y lo que por otro más temía en ese momento. Él, el mayor de sus dolores, el que le provocaba las ganas de emborracharse noche tras noche, entró por la puerta.
Entonces sus ganas de olvidar se mezclaron con el deseo de abalanzarse contra él y besarlo, pero, a la vez, también sentía rencor y rabia. Gracias a eso pudo reprimirse y quedarse donde mismo estaba sin menear un solo músculo. 
Él se sentó a dos taburetes de ella. También la vio. Era algo inevitable: él y ella, ella y él, sentados en el bar de siempre pero a dos taburetes de distancia. Pero esta distancia poco tardó en romperse. Firme, con los ojos cegados por un sentimiento inexplicable, el hombre se levantó y, silencioso como un fantasma, se paró junto a ella. Ambos se miraron sin pronunciar ni una sola palabra. En sus ojos se veía el dolor de recordar tantas noches compartidas en el mismo colchón, el deseo de volver a caer en esa tentación, la rabia porque todo terminara como terminó. Tras un tiempo de cruce de miradas, él dejó caer una lágrima al compás de su corazón y decidido se marchó. Sobraron las palabras en aquel silencio abrasador.
Y se fue, llevándose consigo el amor que en realidad sentía. Y ella, sola, como de costumbre, se quedó mezclando lágrimas y JB mientras se torturaba pensando que todo podía haber sido distinto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario